Comerme un coño

¿Dónde se ha ido ese sueño implacable que tenías hace un par de horas? Te despiertas de madrugada con los ojos de un búho y, en lugar de intentar seguir durmiendo, te levantas, enciendes el ordenador y te resignas porque sabes que no vas a volver a dormir hasta las seis, siete de la mañana.

Tengo ganas de escribir pero no tengo ganas de empezar. En mi cabeza rondan dos mil ideas y todas ellas buenas, pero se evaporan cuando pienso en ellas para desarrollarlas y darles forma. Como cuando miras fijamente una luz y después fijas la mirada en un solo punto.

No quiero escribir frases que se recuerden dentro de unos años. O textos que acaben pidiendo una revólver para dejar de estar en el tablón del Tuenti de alguna adolescente. Sólo quiero sacar de mi cabeza toda esa puta morralla que me impide escribir perfecto.

Pero llevo casi un año escribiendo mierda en este blog y aún queda mucha aquí dentro. A lo mejor no sirvo para escribir perfecto. Sólo para escribir a trompicones, sin faltas y trillado. Repetirme mil veces en dos párrafos o saltar de un tema a otro en la misma línea cuando voy como una cuba. Decir que la echo de menos y decir 'que la follen, que sólo me hace daño'. 

Pero, al fin y al cabo, qué coño esperas. Mayoría de edad de un pringao' dedicada a contar sus noches de jarana y sus resacas (alcohólicas y sentimentales). Y lo único que necesito a la hora de la verdad es enrollarme con una tía y que no me de largas a los dos días. Que finja un poco de amor por mi, pero que no lo sienta, o al final uno de los dos saldrá escaldado.

Cómo echo de menos comerme un coño.

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