Nunca quiero que llegue

Oh, el invierno, el invierno. Estación llena de magia y alegría, repleta de mejillas enrojecidas y sonrisas blancas, enormes y radiantes. Estación de fraternidad con la familia, los amigos y los no tan allegados. Cuán bonito es el invierno que incluye a la no menos preciosa Navidad.

Las calles repletas de luces, los centros comerciales llenos de hombres vestidos de duendes y Papá Noeles. De guapas mujeres con piernas tan largas que les llegan hasta el suelo y un escote de aquí a San Petesburgo. Pero qué bonita es la Navidad, coño.

Te levantan los gritos de tu madre porque ha nevado y los árboles ya no son verdes sino blancos, los coches ya no son coches sino igloos, y las calles ya no son calles sino campos de batalla donde el mayor arma es una gran bola de nieve.

Pero y si no... qué. No hay nadie en la calle. Puedes discutir contigo mismo en voz alta (y acabar teniendo la razón) y nadie te mirará raro, ni te tachará de loco, ni acelerará el paso pensando que has empezado las fiestas antes de tiempo.

Todo un año sin saber de ellos y juntarse un día para cenar para olvidar todos los malos rollos con una manta dulce cariño y con olor a cordero asado. Bravo.

Y mientras los centros comerciales llenando sus arcas porque para demostrarnos lo mucho que nos queremos nos dejamos un riñón, un ojo y hasta pierna y media en regalos. Cada cuál más grande, con una caja aún más grande,con un envoltorio con el que podemos arropar a Pau Gasol  y con un lazo que daría dos vueltas a la Tierra y aún podríamos dar otra media.

La Navidad es una fiesta de fachada, donde nos hacemos nuevas promesas que nunca cumpliremos. Si quieres hacer algo en tu vida no lo prometas en Nochevieja, chico.

Nunca quiero que llegue y nunca quiero que se vaya.

¿Por qué con las mujeres me pasa igual?

Hay que ser un cerdo y un cabrón

Ayer hablé con Dios. Fue una charla bastante amena y relajada, como una imagen típica de sobremesa navideña. La verdad es que Dios no es como lo pintan en los libros, no tiene largas barbas blancas, ni un cuerpo musculoso, ni una gran túnica impoluta. El tío iba con una camisa amarilla y unos vaqueros bastante cutres. Es comprensible, si se tiene que encargar del equilibrio del Universo no puede estar atento a las actuales modas.

Estuvimos hablando de todo un poco. El tiempo, deportes, mujeres... lo normal entre dos hombres. Reconoció que se le fue la mano con el asunto del volcán, se metió en la ducha y cuando quiso pararlo ya era demasiado tarde. El Barça-Madrid lo vio en un bar, como yo, pero casualmente ya sabía cómo iba a quedar (esto de ser Dios tiene unas ventajas...).

Cuando llegó el tema de mujeres yo creía que me iba a aburrir con innumerables historias de ligues de una sola noche. La verdad es que siendo todopoderoso tiene que ser sencillo entrarle a una chica: "Hola guapa, soy yo, Dios". Pero no, la verdad es que me sorprendió el hecho de que está en la misma situación que yo.
Por lo visto las mujeres crean una imagen de él que no son capaces de saber llevar. "No eres tú, soy yo", "No estoy hecha para ti, tú te mereces algo mejor", "Verás como encuentras a alguna que te quiera de verdad"...

Ante esta situación llegamos a una conclusión bastante dura: hay que ser un cerdo y un cabrón.