Al fin y al cabo somos gilipollas


No quiero un final inesperado como Brad Pitt en Se7en. Únicamente que el corazón diga 'basta'. Que se canse de recibir punzadas por ese par de tacones rojos que llevabas el día que nos conocimos.

Vuelves a casa bajo una purificadora tormenta de verano. A medida que van cayendo las gotas, muriendo inevitablemente contra el asfalto, el calor de las aceras despierta y comienza a subir, llenando el ambiente de una sensación incómoda y sofocante.

Te paras, miras hacia el cielo y extiendes los brazos. Esperas a que el calor que hay en ti encerrado haga lo mismo. Sale vaho de tu piel como cuando sudas en invierno. El agua purifica la calle, purifica el barrio, purifica el alma.

Llegas a casa y te espera un plato de macarrones encima de la mesa. Ni los calientas siquiera. Sacas un tenedor y te los comes como si fuese lo último que vas a comer en tu vida. Coges la botella de agua de la nevera y rememoras esos ciegos donde 'un hidalgo' era la expresión más utilizada. La vacías, la vuelves a llenar y la dejas, de nuevo, en la nevera.

A medida que ganas las escaleras pierdes la ropa. Las deportivas, los calcetines, la camiseta, los pantalones. Llegas a tu cuarto y ves en el espejo a un tío de metro ochenta y pico en gayumbos. Te entra la risa floja y te mientes jurando que harás ejercicio, que convertirás... nada, en fibra. Sí, ya, claro, como si no me conociese.

Te acuestas y miras la hora. Las cuatro y cuarto de la mañana. Te vuelves a levantar, te sientas en la cama y miras a través de la ventana. La luz de la farola te pega en la cara, sus fotos en el libro que te regaló por tu cumpleaños también te pegan en la cara. Pero esos últimos golpes duelen de verdad.

Te vuelves a tumbar y piensas en lo desgraciado que eres. En las oportunidades que has dejado escapar. En lo mucho que darías por volver a estar con ella. Pero... no, es imposible. El orgullo es mayor que tú y, como mayor que es, hay que respetarle, no me atrevo a meterme con él. Es imposible, ella nunca sabrá lo mucho que la recuerdas... el amor no es amor si no duele.

Al otro lado de la pared: tu hermano. Es demasiado pequeño para comprender de lo que hablas. Déjale, que siga siendo feliz, que siga siendo un crío. En la habitación de enfrente: tus padres. Ellos ya saben lo que es pasar por todo esto. Seguramente si le intentases explicar algo de lo que sientes te dirían que son gilipolleces. Que ya se te pasará la tontería con los años. Fuck a que se pase la tontería. Al fin y al cabo somos jóvenes. Al fin y al cabo somos gilipollas.

Y al final dejas de pensar en lo que pudo haber sido. Piensas en lo que podrá ser. Piensas en lo que tienes, no en lo que te falta. Pero ya no piensas más, porque son las cuatro y media y hoy has madrugado. Así que cierras los ojos y respiras lentamente, mientras las ideas que hace un instante rondaban tu cabeza se convierten en vagas imágenes poco nítidas.

Otro día más. Otro día menos. Las fotos en cuadernos y los besos en el cuello.

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