Jugar con ella

Hace un día de esos que no sabes si estar triste, si estar contento, si qué. Ya no te fías ni del tiempo. Amanece un Sol radiante y a media tarde llega el gris. Cae la mundial y nos cala hasta los huesos. El suelo se limpia y el aire se purifica. El alma hace lo propio.

Te pones el chubasquero y las zapas, pero las que no son de tela, y sales a la calle. Nadie puede seguir tus pasos. Tus huellas no se marcan en el suelo. En estos momentos no eres nadie. El aire frío se te mete por la nariz y por la boca y duele. La cara roja y los labios morados. El viento corta, los labios se agrietan y sangran. La capucha mantiene las orejas calientes y la cabeza estable. Los bajos de los pantalones calan.

Llegas al chino, cerveza, patatas y dos cigarros. El estraperlo del siglo XXI. Te sientas en el respaldo del banco y enciendes. Lo intentas. El viento se preocupa por nosotros. Más que tu padre. Menos que tu madre. Abres la cerveza y el trago desvirgador es el mejor. Puedes tirarla ya porque ninguno va a ser igual que el primero. Te metes las patatas una detrás de otra. Sólo tú sabes lo que suena en tus cascos. Bueno, yo también lo sé.

Terminas y tiras la bolsa a la basura. No la tires al suelo, hombre. Le pegas el último trago y ya sabe amargo. El último siempre sabe amargo. Te pones la capucha y de vuelta a casa. Chispea. Las pequeñas gotas en la cara son agradables. La nariz brilla. Los ojos se camuflan. El corazón en la trinchera desde hace ya ni se sabe.

Metes la llave y te limpias los pies en el felpudo. Entras y suena la goma mojada en el parquet. Ya has dejado tu huella. Vuelves a ser alguien.

Es curioso cómo la lluvia juega con nosotros. Es mejor salir a la calle y jugar con ella.

No ser nadie durante un instante.

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