Investigando su sonrisa

Alguien me dijo una vez que hay que conformarse con lo que uno tiene, aunque no sea mucho. Conservarlo y cuidarlo para que, el día en que lo perdamos, sepamos valorarlo como realmente se merece.

Al principio pensaba que esa persona se equivocaba. Yo defendía que podías valorar cada una de las cosas que te rodea como realmente se merece, sin importar la cantidad, a lo que él me puso el siguiente ejemplo:
-Si un niño tiene muchos juguetes y de repente pierde uno, al principio estará un poco triste. Es normal, ha perdido su juguete, pero al poco tiempo se olvidará de él y lo remplazará por otro. Por otro lado, si ese mismo niño tiene pocos juguetes y pierde uno, no podrá llenar ese hueco tan fácilmente, y aprenderá la lección de que es importante saber con lo que cuentas en cada momento de tu vida.

Yo creí entender lo que me quería explicar, pero había cosas que aún no conseguía comprender. ¿Eso significaba, por ejemplo, que es mejor contar con pocos amigos? Así, el día que pierdas a uno, verás realmente lo importante que era para ti esa persona... En fin, era algo que me iba costar razonar y conseguir llegar a una conclusión.

Al poco tiempo, otra persona me dijo justamente lo contrario:
-No hay que conformarse con lo poco que nos pueda ofrecer la vida. Podemos perdernos muchas cosas interesantes por no tener ambición de conocimiento.

Yo estaba de acuerdo con él, pero tenía miedo de perder demasiado tiempo buscando algo que a lo mejor no llegaría nunca.

-Hay las mismas posibilidades de hallar algo que de no hacerlo, y siempre sacarás experiencias que puedas compartir con las personas que ya tienes.

Realmente este argumento me convencía mucho más que el primero.

Mi cabeza comenzaba a funcionar, como una máquina grasienta, con piezas viejas y oxidadas, lentamente, de manera pesada, haciendo mucho ruido y sacando pocas cosas que valiesen realmente la pena. Pero.. por algo se empieza, ¿no?.

Estando yo sentado en un parque, observaba a una pareja. Un chico y una chica, jóvenes, de mi edad probablemente. Ella le miraba a los ojos sonriendo mientras le hablaba mediante susurros que yo no llegaba a oir. Él sólo le devolvía la sonrisa, distrayendo su mirada con cualquier cosa que, al parecer, era más interesante que las palabras de aquella chica.

¿De qué te sirve tener poco, si aun así no sabes apreciarlo?, pensé. Estaba claro que ese chico no sabía lo mucho que tenía. Aparentemente era sólo una chica (anda que no hay, pensarán algunos). Yo puedo asegurar que la mirada de aquella joven escondía mucho más, algo que alguien, algún día, conseguiría descubrir.

La maquinaria seguía trabajando, igual de lenta y de pesada, pero a un ritmo constante.
Al poco tiempo de aquello, un amigo me dijo que su novia le había dejado. No lo entendía... él era una buena persona, se preocupaba mucho por los pequeños y grandes detalles, siempre intentaba que el resto de personas estuviese bien, aunque le costase algún que otro disgusto. Pero lo que más me fastidiaba era que había personas que no sabían valorar lo que tenían incluso después de perderlo.

¿Qué estaba pasando? Es comprensible que no entiendas todo lo que puede desentrañar una sonrisa, pero... ¿y si se demuestra con actos? ¿Realmente la gente no sabe valorar lo que tiene, sea poco o mucho?
Eso era un paso atrás en mis reflexiones. Ya no sabía que pensar... Por un lado yo me conformaba con lo poco que tenía. Para mi era suficiente, vivía más o menos feliz de ese modo. Sabía valorar lo que tenía, por lo que intentaba no perder las cosas importantes. Pero por otro, pensaba que quizá me perdiese muchas más cosas importantes, y quizá mereciese la pena arriesgarse...

No sé, a lo mejor yo tampoco conseguía ver realmente cómo de importantes eran las cosas que ya tenía...
Pasadas unas semanas de empezar mi reflexión, la máquina se había parado, las piezas ya no servían, estaban viejas, seguían ahí, pero no aportaban nada nuevo... sólo sostenían el gran entramado que suponía mi cabeza. Necesitaba piezas nuevas.

Conocí a una chica, pura casualidad. "Conocí"... quizá esté mal expresado... nunca he llegado a conocer a nadie. Todos guardamos secretos, algunos más que otros, por lo que el término conocer... no es muy apropiado. Pero pensé que quizá si valía la pena arriesgarse esta vez, había algo oculto en ella que me atraía, algo que hacía que no pudiese quitármela de la cabeza.

Hoy en día puedo decir que hice bien en querer conocerla. No sé si en un futuro seguiré pensando lo mismo... yo creo que si. Pero en ese momento no sabía lo que podía esperar de todo aquello.
La máquina empezaba a moverse con más soltura, más rápido, sin tanto ruido, pero faltaba algo. Aún gastaba mucha energía sin obtener un alto rendimiento.

Descubrí que esa chica se parecía a mi. Sabía lo que tenía, sabía apreciarlo perfectamente, pero no le importaba conocer más cosas y aprender si merecían la pena o no.

Su cabeza también era similar a la mía, pero había diferencias. Mientras la mía era una máquina simple, que funcionaba más mal que bien, de la que no se podían sacar cosas en claro, en la que había parones y marchas atrás constantes, la suya era como una gran ciudad: siempre en movimiento, avanzando, si se encontraba con un obstáculo, lo bordeaba, pero nunca volvía atrás. Miles de mensajes recorrían esas calles e iban de un lado a otro sin parar, saliendo al exterior en el momento menos predecible... era increíble.
Con el tiempo sabré si todo lo que hago habrá merecido la pena... lo más probable es que la mayoría no lo merezca, pero a mi me gusta pensar que si.

Tras el cambio de piezas, la máquina funcionaba bien, gracias a alguna ayuda proveniente de la "Gran Ciudad" podía rendir más y sacar más conclusiones, pero aún quedaba un camino muy largo.
Hoy en día las cosas van bien. He aprendido a valorar lo que tengo. Hay cosas que merecen la pena conservarlas, y cosas que sólo están ahí porque tienen que estar, como los figurantes de una película. Son importantes a su manera, pero sé que siempre habrá personajes secundarios en mi vida, y hay que saber diferenciarlos de los personajes principales.

También he aprendido que cada persona es especial a su manera. Todos tienen algo que merezca la pena, unos menos y otros más, pero siempre hay algo. Sigo pensando que la sonrisa de aquella chica escondía muchas cosas buenas, espero que salgan algún día.

Por ese mismo motivo, siempre sonrío. Sé que dentro de mi hay muchas cosas buenas, pero algunas no pueden salir sin la ayuda de otras personas. Yo ofrezco siempre mi mejor cara para que los demás se den cuenta y me ayuden a sacarlas, pero no siempre funciona.

Hay gente que no ha nacido para ser aventurera, investigar, descubrir, sacar lo mejor de cada uno... lo siento por ellos. Sin embargo, la chica que conocí sí había nacido para eso. Sabía apreciar las cosas especiales y sabía hacer sentir especial a quien realmente lo es. No sé cómo lo hace, pero yo intento aprender de ella.
Además, detrás de su preciosa sonrisa también se esconden cosas increíbles, metidas en algún café de esa enorme ciudad, esperando a que llegue el autobús que las saquen de allí, esperando a conocer mundo. Pero lo que más me gusta de ella es que es distinta a mi. A ella no le importa demostrar que está triste.
En esa gran ciudad a veces está nublado, a veces llueve, en otras ocasiones hay tormentas, a veces no hay nada de nada, y todo el mundo está en su casa durmiendo la siesta o esperando el momento adecuado para salir.

Algún día me gustaría hospedarme en esa ciudad, visitar sus calles, descansar en sus parques, o disfrutar de las luces de los rascacielos al caer la noche.

Pero por el momento sigo ocupado investigando su sonrisa, intentado encontrar qué la hace tan especial, intentando saber por qué no me la puedo quitar de la cabeza.

1 comentario:

  1. De todas las entradas que me he leído, (que me encantan todas) me quedo con esta. Me has dejado sin palabras y eso en mí es complicado. Me declaro fan de tu blog.

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