Hijo de un millar de putas

Son las seis y media de la mañana y acabo de llegar a casa. El Sol ha esperado a que yo entre por la puerta para salir por el horizonte. Yo termino mi turno y él empieza el suyo. Así me las gasto. De vuelta a casa sólo ves borrachos que vuelven a casa con los bolsillos vacíos y el hígado al borde del suicidio, algún abuelo con mucho tiempo libre y a la gente que madruga para irse a trabajar. Adivina cuál suelo ser yo.

Hoy ha sido una noche como hacía mucho tiempo que no había. Bueno... realmente sí las había, pero ésta ha sido algo especial. La semana que viene este servidor empieza de nuevo con la miserable rutina. El lunes se acaba, oficialmente, mi verano. Es posible que vuelvan los textos grises, tristes y autocompadecientes. Los buenos. Y hoy lo hemos celebrado por todo lo alto: barbacoa y pimple del bueno.

Se juntan diez personas, o nueve, yo qué sé, se hace colecta y se disfruta. Es lo que nos renta al fin y al cabo. Cenas, hablas, bebes, hablas, bebes, hablas más y peor, vuelves a comer (aunque esta vez crudo porque el carbón ha dicho adiós), bebes, sigues hablando, te ríes, bebes, te descojonas.

Y a las cuatro de la mañana empieza a entrar de nuevo la hambruna. Pero no puedes coger el coche e ir en busca de comida porque en el estado en el que estás, no sales ni del sitio donde has aparcado. Esperas un rato y cuando eres capaz de acordarte del nombre de todas tus ex's, coges el coche. Vas al McAuto más cercano y está cerrado. Te vas a otro no tan cercano y está cerrado. Te vas al kebab que nunca te falla y resulta que esos hombres también duermen. FUCK! Son las cuatro y media y me muero de hambre. Incluso piensas en ir al hospital, a la zona de Urgencias, porque hay máquinas expendedoras funcionando las veinticuatro horas del día. Pero descartas esa idea porque el hospital está en el quinto coño.

Así que vuelves con el estómago suplicante y resignado, y te metes pa'l cuerpo un paquete de bacon ahumado crudo. Y como ya no tienes que coger el bólido de carreras de cuatro plazas y dos puertas, sigues dándole que te pego a mi amiga la botella. Vuelves a hablar mal, vuelves a reírte, vuelves a besarla y acabas descojonao' por cualquier tontería.

Y al filo del final de la velada... lo de siempre. Hablas del tema clave en una reunión en la que las mujeres que había se fueron hace tiempo: esas mujeres. Bueno, no tienen por qué ser 'esas' en concreto, cualquiera sirve. El caso es terminar la noche hablando de mujeres. Las que estuvieron, las que están, las que estarán y las que te follarías sin pensártelo pero no podrás porque, al fin y al cabo, eres (soy) un pringao' de categoría.

No te voy a contar lo que se habla de esas mujeres, ya lo sabes. Y si eres una mujer... no te voy a contar lo que hablamos sobre tus compis de tipo de ropa interior. Lo siento, así de cabrones somos (sobre todos los bloggeros con aspiraciones a pésimo escritor). Y por fin, cuando todos los vasos están vacíos, cuando toda la comida está hecha grasa maligna provocadora de colapsos arteriales, cuando hemos terminado de hablar de mujeres y, por lo tanto, se nos ha pasado la tajada, echas la llave y te vas.

Cada uno a su puta casa y Dios en la de todos. Pero como sólo son las cinco, te quedas con uno de tus colegas en el coche, en la puerta de su casa, a seguir hablando de mujeres. Es que somos gilipollas. Qué monótonos. Repites lo mismo una y otra vez y te las das de entendido. Sigues siendo el mismo pringao' que con trece años. Pero eso es algo que ya sabes o ya descubrirás.

De repente ves a un tío con traje y maletín entrar en un coche y yéndose a currar. Sabes que ha llegado la hora de irse, de verdad, a casa. Y aquí volvemos al principio de éste monólogo. Flashback que lo llaman los que van de cinéfilos. "Son las seis y media de la mañana y acabo de llegar a casa. El Sol ha esperado a que yo entre por la puerta...", ya tú sabes.

Y como estas cosas es mejor escribirlas en caliente, enciendes el portátil mientras tu padre se hace el primer café del día y te pones a escribirlas. Como si a alguien le interesase realmente. Como si alguien se fuese a leer lo que has hecho un miércoles por la noche. Como si alguien tuviese cojones a leerse un tocho semejante.

Así nos las gastamos aquí. Pasando hambre a las tantas de la madrugada, bebiendo por inercia y con ojitos tristes porque ésto, queridos cabrones, se acaba.

Son las siete de la mañana, del primero de septiembre de dos mil once. La gente está yendo a trabajar. Los estudiantes puteados están acojonados por los exámenes que van a tener que hacer. Y yo, el más capullo sobre la faz de la Tierra, estoy escribiendo mientras pienso en lo de puta madre que voy a dormir.

Soy un hijo de un millar de putas.

5 comentarios:

  1. Que tu mismo no veas que lo que escribes es jodidamente interesante , solo me hace pensar que eres imbécil. Lo siento.

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  2. Pues sí, lo eres. (Imbécil no, hijo de un millar de putas)

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  3. Pues yo lo he leído, porque tienes algo cuando escribes que me hace no poder parar de leer.

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  4. Me he leído tu blog de arriba a abajo en una tarde, hacía tiempo que no descubría un blog que enganchara tanto.

    Teniendo en cuenta lo metido que andas en el rap, o eres un pasota como yo o ya debes de tener unos cuantos temas rulando por ahí, si los tienes no dudes en pasarlos. ;)

    Nos leemos, cuídate.

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  5. Al leer el titulo de la entrada creía que iba a averiguar algo oculto de mi jefe. Veo que no.
    :)

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