Entre ruinas y polvo

Me asomo a sus ojos y termino cayéndome dentro. Siempre me prometo que será la última vez y siempre acabo mintiéndome. Las farolas de aquella enorme ciudad ya no lucen. Las voces que llenaban sus calles se han apagado para siempre. Los grandes edificios no son más que fantasmas de ladrillo y cristal.

Toda aquella gran maquinaria se paró para no volver a funcionar. Todas las esperanzas que depositamos allí se hundieron en el gran lago central, y ahora descansan en el fondo, esperando a que algún marginado medio loco las recoja.

Me asomo a sus ojos y vuelvo a caer dentro. Me levanto, me sacudo el polvo y comienzo a andar. Conozco casi todos sus caminos, sus atajos, sus calles, sus locales, sus trucos... conozco casi todo. Siempre acabo dando vueltas, recordando tiempos pasados, cuando todo aquello rebosaba vida. Hoy las flores están marchitas, las ramas de los árboles desnudas, las rejas de las casas se han oxidado y el cielo sigue gris. Sólo unos cuantos perros callejeros pasean ya por sus calles.

He andado por todos aquellos barrios decenas de veces. Me he sentado en el mismo café de siempre a observar la soledad que allí reina y el silencio que desprende cada oscuro rincón de ese gigante dormido. Tiempo atrás, veíamos pasar gente que venía de compras, que se sentaba en la mesa de nuestra derecha y se ponían a charlar sobre vanalidades. Coches que circulaban a derecha e izquierda, taxis que de vez en cuando dejaban a alguien por aquella zona y salían disparados para buscar nuevos pasajeros. Hoy no hay nadie a quien llevar.

Hoy ya no investigo aquella sonrisa que tiempo atrás me enloquecía. Nunca logré descubrir qué era lo que tenía exactamente, pero aún hoy sigo sin poder quitármela de la cabeza. Ahora me conformo con dar paseos interminables entre ruinas y polvo. Andando durante horas y acabando con los pies empapados de ir pisando charcos. Si alguna vez tengo ganas de llorar siempre me gusta ir allí. La lluvia disimula las lágrimas. Aunque, pensándolo bien, a quién le importa, si no hay nadie que pueda verme.

Alguna vez me gustaría coger una barca, ir al centro del lago y sumergirme a remover esas esperanzas que allí duermen desde hace ya. Pero la madera está podrida por la humedad, no sé qué podría encontrar allí dentro y no tengo cojones a comprobarlo. Cada vez que me acerco me invade esa extraña sensación. Por eso siempre acabo aquí, recordando que hubo tiempos mejores en los que me creía inmortal.

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