Yo no me quiero bajar

Volver a mirar por la ventana con la cabeza apoyada en el cristal y la vista perdida, observando cómo va pasando un edificio tras otro. Volver a cruzar miradas con desconocidos, inmerso en un mundo orquestado por la música, sus voces, el ruido del tren... Volver a lo que siempre he odidado y sin embargo se ha convertido en el día a día, el único momento en el que realmente me siento bien al cien por cien.

Allí sólo estoy yo. No existen los problemas, los recuerdos que atormenten, las palabras que un día pinchaban y al día siguiente recordabas frívolas. En ese vagón no dejan pasar a los malos recuerdos, a los malos momentos que te jodían y te hacían llorar por dentro, con el semblante serio haciéndote el duro. Los niños no somos duros. Allí todo es perfecto. Rezas por no llegar nunca a tu destino. Salir del vagón y que el frío te vuelva a pegar otra bofetada en la cara, recordándote que has vuelto al mundo donde la felicidad sólo son pequeños instantes que no logras recordar pasado un tiempo, pero que ahí estuvieron.

Yo no me quiero bajar, tío, yo no me quiero bajar.

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