Y después de eso no volver a verlas, nunca.

He decidido sacarle partido a la rutina. Como durante este mes se ha ido acomodando en mi vida casi sin darme cuenta, tendré que sacar algo de provecho.

He decidido fijarme en los pequeños detalles que hay a mi alrededor. Esos detalles en los que la gente normal y corriente no se suele fijar ya que están absortos, buceando por sus ajetreadas y aburridas mentes, mientras todos esos detalles hacen señales para que nos fijemos en ellos.

He descubierto, por ejemplo, que si te sientas en dirección contraria al sentido de la marcha de un tren te mareas. Me he aprendido de memoria el orden de las piezas que hay en el trayecto Las Margaritas - Atocha. Me he quedado embobado mirando las fachadas de cal de Villaverde, o los muros de ladrillo derruidos de la antigua parada de El Pozo.

He escuchado como una chica rompía con su novio por el móvil, conversaciones indescifrables entre marroquís, guineanos, japoneses, ingleses... He visto como un hombre se arrodillaba en el suelo pidiendo limosna para poder comer ese día, al igual que una mujer en paro, o que un lisiado que no encuentra trabajo sólo por carecer de una mano.

He pasado veinticinco minutos viendo como un bebé se reía sólo por hacerle pedorretas, como una chica me retaba con la mirada y momentos después era incapaz de seguir mirándome, apartando la vista y encendiendo sus mejillas por la vergüenza, como un hombre se colgaba un cartel en el que había escrito: "Despiértenme en La Garena."

Pero yo creo que lo mejor de todo es que me he enamorado de mil sonrisas, de sus dos mil miradas, sus cientos de gestos casi imperceptibles. Diez minutos me han servido para imaginarme horas de besos y abrazos, frases que salen del corazón a través de mi boca, que entran por sus oídos y llegan a su alma para descansar allí por siempre, momentos parecidos pero únicos realmente... y después de eso no volver a verlas, nunca.

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