Tampoco está tan mal

Un domingo, un garaje, una televisión y la consola. Cartas, tabaco, comida, bebida, un sofá la hostia de cómodo, una mesa la vírgen de grande... Fuera está lloviendo y no queremos mojarnos. Baraja y reparte, dales la vuelta y tira la primera. Otros dos a los mandos rememorando viejas y futuras finales de Champions League.

El sonido ambiente de agua por las tuberías, el crujir de las patatas, el soplo al echar el humo, toses, gritos de ¡uy!. Conversaciones sobre nada, sobre mujeres, el futuro, el pasado, el presente... conversaciones sobre todo. Recordando tiempos mejores y peores. Ahogando con el humo a los fantasmas interiores, deborando los problemas que surfean mi boca encima de unas cuantas patatas fritas.

Las cuatro de la mañana y parece que ya ha dejado de llover. Se recogen las cartas, se limpia el suelo, la mesa, se coloca de nuevo el sofá, se apaga la consola y el último cigarro... Salimos de allí y huele a limpio. A hierba mojada. A paraíso.

Lo malo es que hace un frío del carajo, la sudadera está empapada y las Air Jordan I escupen agua a cada paso. No hay pasta para gasolina así que ha tocado bajarse andando, con lo cual toca subirse andando. No hay nadie en la calle y el frío aprieta aún más. Andando sólo me monto mis películas en la cabeza.

Quiero viajar. Quiero salir de mi barrio, quiero salir de Madrid. Arrivederci España, un billete de avión y a conocer mundo. Y de repente me doy de bruces con las rejas de mi casa. Fuck. Todos mis sueños encerrados de nuevo, guardados tras una puerta con dos vueltas de llave.

Esto no es como lo habíamos planeado, pero tampoco está tan mal.

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