Será nuestro último beso

Vayamos al puente a mirar cómo pasan los coches y a tirarles algún escupitajo que otro. Si no, al lago a darle de comer a los patos, aunque al final acabemos enzarzados en una guerra de migas de pan entre tú y yo. Vayamos a tirarnos en el césped, contemplando las vías del tren y asustándonos cada vez que pase el mercancías y emita ese estridente pitido. O a un parque a ver cómo los niños se tiran por el tobogán y se columpian. Y cuando sea de noche y los niños se hayan ido, hagámoslo nosotros. Primero te tirarás tú por el tobogán y yo te esperaré abajo para cogerte. Después nos columpiaremos intentando dar la vuelta al columpio y, finalmente, nos daremos la mano mientras nos balanceamos muy lentamente.

Vayamos a hacer locuras y a reírnos cariñosamente de los gritos de las personas mayores aunque sepamos que esté mal. Regáñame cuando me meta con alguien. Sonreiré cuando pase una chica y mientras yo la miro disimuladamente tú te metes con su forma de vestir o con lo mal que le queda esa chaqueta.

Llamaré con un silbido a todos los perros que pasen por aquí porque sé que te dan miedo, los acariciaré y ellos no querrán irse. Entonces tú me regañarás otra vez, pero me da igual, porque seguiré haciéndolo. Y después mirémonos a los ojos.

Es posible que desvíe la mirada hacia tus labios con la intención de hacerte ver que voy a ir a por ellos. Observaré durante seis larguísimos segundos cómo, primero, se convierten en una preciosa sonrisa y cómo, después, se vuelven a poner serios esperando a los míos.

Luego te acompañaré a tu casa, andando lentamente bajo la luz de las farolas, jugando a no pisar las líneas que hay en la acera porque si no perdemos la partida. Cuando estemos en tu portal hablaremos un poco de cómo nos ha ido la tarde. Recordaremos a los niños del parque, a los ancianos, los perros, me volverás a regañar...

Nos besaremos otra vez, y ninguno de los dos querremos que ese beso acabe. Porque los dos sabemos perfectamente que, ese, preciosa, será nuestro último beso.