Ya no sirven las excusas

Son las seis y veinte de la mañana y acabo de llegar a casa. Esta noche he bebido como nunca antes lo había hecho. He sentido cosas de las que dentro de un rato no estaré orgulloso... pero estoy contento. Dicen que el alcohol ayuda a olvidar, pero no es así. Realmente lo que hace el alcohol es almacenar esos recuerdos dolorosos muy al fondo, en el último rincón de la memoria, y no les permite salir hasta que no despiertas a la mañana siguiente. Recobraré la cordura que se fue junto a la vergüenza y volverán los pinchazos en el pecho.

Más ganas de besar a una chica. Más ganas de besar a otras chicas. Más ganas de desfasar y dejar atrás todo lo vivido, de empezar de nuevo. Pero es imposible empezar de cero. El cerebro siempre saca a relucir los malos ratos en los momentos menos oportunos. Es imposible ahogar las penas en alcohol, porque las penas flotan.

El típico chico serio que conocéis es ahora mismo un borracho que se desahoga escribiendo en un blog, que padece insomnio y pasa las noches entre pensamientos obsoletos, partidos de la N.B.A. y alguna que otra paja lasciva y pecaminosa.

Esta no es la vida que yo creía merecer. Esta es la vida que yo he elegido. Es la vida que me gusta. Es la vida que vivo junto a mis amigos de siempre, junto a los nuevos amigos, junto a las personas que no conozco y que algún día querrán conocerme más a fondo.

Pienso que el destino me guarda alguna sorpresa, que vivo con prisa y que no avisan, que no existen las princesas, que no sobran las sonrisas, que la culpa ahoga y los sueños pesan, que los ojos mienten y los labios besan.

Siento como la cabeza da vueltas y los objetos se mueven más que de costumbre, siento como el corazón late en mis oídos, en mi cabeza, en el pecho... O al menos antes lo hacía. Ahora chapotea entre alcohol, intenta respirar entre el humo de un cigarro, intenta recuperarse de todas las heridas de guerra que tiene.

Y sólo son dieciocho años... He vivido más en una noche que en dieciocho años... ya era hora. La vida pasa rápido y no se detiene a esperarte. Ayer eras un niño que ansiaba que llegasen las cinco para bajar a la calle a jugar a la pelota hasta que se hiciese de noche y tuvieses las rodillas sangrando por el roce del asfalto y las manos negras. Un niño que a las ocho y media tenía que estar en casa y que a las nueve iba por la calle pensando en la excusa que iba a poner a su madre cuando llegase a casa.

Todo ese tiempo ha pasado... ya no sirven las excusas...

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