Castigo eterno

Sé que no debería escribir ésto y que cuando recupere los cinco sentidos pensaré: "Nunca más."

Y una voz dirá: "Deja de mentirte."

No me preguntes si confío en ti. Claro que no confío en ti. Eso es lo bonito, ¿no? Arriesgarme y dejarme caer sin saber si vas a agarrarme o vas a reírte cuando me veas ahí tirado. Al fin y al cabo, una sonrisa es una sonrisa. Por ahí dicen que las más bonitas son las que más duelen.

Será que me estoy acostumbrando al dolor. O a las sonrisas. O qué coño sé yo. Espero no acostumbrarme nunca.

Estoy borracho de amor. O de Johnnie Walker. ¿Cuál de los dos se echaba en un vaso?

Menuda vida más insustancial la nuestra. La de los seres humanos, quiero decir.

Levantas la mirada del suelo, ves unos tacones sujetando unas piernas bonitas y el mundo se te para y el corazón se te despierta. Subes y piensas que podrías entrar con la mano sin siquiera subir la falda. La polla decide unirse a la fiesta.

Sigues tu camino ascendente, piensas lo bella que sería la vida con la cabeza apoyada en esa barriga y lo divertidas que serían las noches con esas tetas.

En el cuello algunos pararíamos a tomar un descanso (los que no estamos acostumbrados a hacer ejercicio pero sí a que nos digan que somos demasiado especiales).

Y después llega otra vez tu puta sonrisa capaz de matar a un tío como un fusil. Y te piensas si mirarle a los ojos por lo que puedas encontrar, una casa junto al mar donde quedarse dormido con el rumor de las olas o un infierno en el que arder durante toda la eternidad.

¿Cuánto dices que dura esa tal Eternidad?

Y siempre acabamos en el mismo sitio. En el sofá, con un libro que he empezado decenas de veces pero del cuál no he leído más de quince páginas. Lo reservo para ocasiones como esta.

Y ahí es cuando ya no sé si estoy borracho de amor o mañana tendré resaca y me sabrá la boca a 'deberías irte a casa'.

Menos mal que no estoy escribiendo ésto. ¿Te imaginas qué vergüenza si lo lees?

Autocondenándome a tu castigo eterno. Qué pardillo sería, ¿no?